viernes, 4 de febrero de 2011
El reloj de pared
El reloj de pared de la sala avisaba que eran las seis de la tarde. Cuando la ultima campanada moría, una pizca de nostalgia viajaba hacia el alma de Ana y una lágrima recorría su mejilla.
Años atrás esa ultima campanada significaba el comienzo de una dulce sinfonía para sus oídos, que provenía del piano de cola que poseían. Lo habían comprado hacia 10 años para que su hijo lo tocara, porque según decía el entusiasmaba crear algo perfecto de la nada. Enseguida aprendió a tocarlo y a crear música, como decía Ana, celestial.
Pero desde hace tres años las cuerdas del piano ya no vibraban, su hijo Ruben, de 15 años, había desaparecido sin dar señales de vida. Salió por la mañana en dirección al instituto y ya no volvió a cruzar la puerta de casa.
En un primer momento, Ana pensó que era una chiquillada propia de la adolescencia, había observado a su hijo un comportamiento extraño en él, pero no le dio importancia, Ruben estaba en plena adolescencia.
Los días pasaban y Ruben no aparecía, Ana paso de la angustia inicial al convivir con el dolor pasando por la desesperación.
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