La oscuridad de la cuidad va apareciendo en esta fría tarde de febrero. Sentado frente al ordenador con una mano en el ratón y la otra agarrando un vaso de whisky reviso fotos de años anteriores. Viajes de verano, escapadas de fin de semana, bodas, comuniones están almacenadas en el disco duro del ordenador porque mi cabeza ya no puede retener tantas imágenes.
Observo el cambio que hemos sufrido todos en unos pocos años, de ser jóvenes con una libertad total y sin pensar en el día de mañana a convertirnos en adultos con responsabilidades que hasta hace poco pensábamos que eran cosa de nuestros padres.
La vida está montada de tal forma que uno desde la infancia se dedica a estudiar, luego a buscar un trabajo, pareja y al final crear una familia. Y nos sorprendemos o nos da cierta lastima cuando alguien se sale de la línea marcada por la sociedad. Muchas veces por el hecho de no llevar una vida convencional lo catalogamos como de persona rara. Es como la oveja negra dentro de un rebaño de ovejas blancas, pero la oveja negra sigue siendo una oveja.
Nos da miedo salirnos del guion establecido porque no sabemos que ocurrirá después, como transcurrirá nuestra vida.
Doy el último trago de whisky, apago el ordenador y decido que por hoy ya se ha filosofado lo suficiente.
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