Ir al capitulo 1, Camino Santiago (I)
Caminando en el Camino
Tuve la suerte de comenzar “mis primeros pasos oficiales” del Camino en buena compañía y resultó así más fácil adaptarse a él. En las primeras horas empecé ya a notar los primeros beneficios, los problemas se iban quedando atrás y nuevas sensaciones se iban creando en mi interior. A pesar de conocer el paisaje lo disfrutaba como nunca pues lo veía con otros ojos. Realizar el Camino estaba siendo una decisión acertada.
Los días de larga caminata continuaban y el cuerpo empezaba a resentirse de un esfuerzo diario al que no estaba acostumbrado. El dolor era continuo y la idea de abandonar volvía a merodear la cabeza, pero el cerebro anulaba cualquier intento de decir “Hasta aquí he llegado”. Notaba el dolor a cada segundo pero también la sensación de que debía continuar, porque de esta experiencia algo positivo iba a surgir. Desde ese momento, descubrí que el cerebro controla la totalidad del cuerpo pero que es incapaz de dominar a los sentimientos que uno alberga en su interior. Aun con dolores me sentía bien por dentro, la experiencia estaba siendo enriquecedora, conocía a gente nueva, gente buena, y poco a poco la coraza que me aislaba del exterior se iba resquebrajando. Empezaba a asomar la persona que era antes.
Y llego el día en que los dolores se quedaron atrás junto con los problemas, los sentimientos afloraban sin ningún pudor y notaba que la alegría iba ganando la batalla contra la amargura y la tristeza. Empecé a disfrutar del paisaje, de sus olores, de apreciar las pequeñas cosas o gestos que en la rutina diaria obviamos. El caminar ya dejo de ser una cura interna para convertirse en una fuente inagotable de recuerdos, sensaciones y aprendizaje para los futuros días.
Pero como todo en esta vida tiene su final, también llego el último día de mi Camino. Una sensación de alegría y tristeza se mezclaban entre sí. Días anteriores había ya había conseguido mi propósito inicial de dejar la amargura atrás. Una felicidad recorría mi cuerpo y que no era de ida y vuelta, si no permanente. Ese día el cielo era claro tal y como me sentía actualmente. Sin embargo, me sobrevino la tristeza porque era consciente de que estaba dando los últimos pasos de un viaje de ensueño. Después de tantas penurias y de muchísimas alegrías había alcanzado la meta fijada.
Llegado el final de mi Camino fui consciente de que despertaba de un sueño precioso. Me entristecía enormemente dejar a la gente que me había acompañado en tantos kilómetros que involuntariamente me ayudaron a recuperar la felicidad. Sin embargo, tenía que volver a una rutina que me había hecho mucho daño pero con la satisfacción y el convencimiento de que la iba a afrontar de distinto modo.
Tuve la suerte de comenzar “mis primeros pasos oficiales” del Camino en buena compañía y resultó así más fácil adaptarse a él. En las primeras horas empecé ya a notar los primeros beneficios, los problemas se iban quedando atrás y nuevas sensaciones se iban creando en mi interior. A pesar de conocer el paisaje lo disfrutaba como nunca pues lo veía con otros ojos. Realizar el Camino estaba siendo una decisión acertada.
Los días de larga caminata continuaban y el cuerpo empezaba a resentirse de un esfuerzo diario al que no estaba acostumbrado. El dolor era continuo y la idea de abandonar volvía a merodear la cabeza, pero el cerebro anulaba cualquier intento de decir “Hasta aquí he llegado”. Notaba el dolor a cada segundo pero también la sensación de que debía continuar, porque de esta experiencia algo positivo iba a surgir. Desde ese momento, descubrí que el cerebro controla la totalidad del cuerpo pero que es incapaz de dominar a los sentimientos que uno alberga en su interior. Aun con dolores me sentía bien por dentro, la experiencia estaba siendo enriquecedora, conocía a gente nueva, gente buena, y poco a poco la coraza que me aislaba del exterior se iba resquebrajando. Empezaba a asomar la persona que era antes.
Y llego el día en que los dolores se quedaron atrás junto con los problemas, los sentimientos afloraban sin ningún pudor y notaba que la alegría iba ganando la batalla contra la amargura y la tristeza. Empecé a disfrutar del paisaje, de sus olores, de apreciar las pequeñas cosas o gestos que en la rutina diaria obviamos. El caminar ya dejo de ser una cura interna para convertirse en una fuente inagotable de recuerdos, sensaciones y aprendizaje para los futuros días.
Pero como todo en esta vida tiene su final, también llego el último día de mi Camino. Una sensación de alegría y tristeza se mezclaban entre sí. Días anteriores había ya había conseguido mi propósito inicial de dejar la amargura atrás. Una felicidad recorría mi cuerpo y que no era de ida y vuelta, si no permanente. Ese día el cielo era claro tal y como me sentía actualmente. Sin embargo, me sobrevino la tristeza porque era consciente de que estaba dando los últimos pasos de un viaje de ensueño. Después de tantas penurias y de muchísimas alegrías había alcanzado la meta fijada.
Llegado el final de mi Camino fui consciente de que despertaba de un sueño precioso. Me entristecía enormemente dejar a la gente que me había acompañado en tantos kilómetros que involuntariamente me ayudaron a recuperar la felicidad. Sin embargo, tenía que volver a una rutina que me había hecho mucho daño pero con la satisfacción y el convencimiento de que la iba a afrontar de distinto modo.
1 comentario:
Como te dije lo tengo pendiente...Y creo que una experiencia así marca un antes y un después...
Muchos besitos.
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